PERDIENDO EL CONTROLEL MASAJE.La habitación estaba sumida en una penumbra suave,

Escrito por Cautivadoporti El: 15 octubre 2024 , categoria Artículos, Visto 50 veces

PERDIENDO EL CONTROL

EL MASAJE.
La habitación estaba sumida en una penumbra suave, iluminada solo por la luz cálida de varias velas estratégicamente dispuestas alrededor. El aire estaba impregnado de un aroma tenue a sándalo, mezclado con algo ligeramente cítrico. Laura avanzó con pasos vacilantes, sintiendo una ligera tensión en su pecho mientras su respiración se aceleraba de manera imperceptible. En el centro de la habitación, una camilla cubierta por una suave sábana negra parecía esperarla como un destino inevitable.
Él ya estaba allí, observándola, con esa mirada que la atravesaba, siempre tan calmado, siempre en control. “Desnúdate”, ordenó, su voz grave y serena, sin dejar espacio a las dudas. Laura tragó saliva, el pulso acelerado. Aún le resultaba abrumador despojarse de sus ropas ante él, un acto que significaba más que simple desnudez física. Lentamente, sintiendo cada prenda como si pesara toneladas, fue liberándose de su ropa hasta que su piel quedó expuesta a la frescura de la habitación. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mitad por el aire y mitad por el poder implícito en la situación.
Él no se movió al principio, solo la observó. Ese momento de silencio la hacía sentir más vulnerable, más expuesta. «Acuéstate», dijo al fin, su tono calmado pero firme. Laura obedeció, tumbándose boca abajo sobre la camilla. Sentía la piel caliente de la vergüenza, la incomodidad de ser observada con tanto detalle, pero también una creciente excitación que no podía negar.
Escuchó cómo él vertía aceite en sus manos, el suave sonido del líquido resbalando entre sus dedos. Un momento después, lo sintió en su espalda, tibio, casi reconfortante. Al principio, el toque de sus manos fue cuidadoso, rozando apenas sus hombros, deslizando el aceite con lentitud. Laura intentó controlar su respiración, pero le fue imposible cuando sus músculos comenzaron a ceder al contacto. Las manos de él, firmes pero tranquilas, recorrían su piel como si estudiaran cada centímetro de su cuerpo.
Al principio, Laura luchaba por mantener el control de sus emociones, intentando resistir el embriagador efecto del masaje. Pero era inútil. Las manos de él tenían un ritmo que parecía anticipar cada una de sus reacciones, como si supiera exactamente dónde aplicar presión y cuándo aflojar. El aceite, cálido y suave, se deslizaba entre los dedos de él, llevando consigo la tensión acumulada. Los pensamientos de Laura, inicialmente nublados por el pudor, comenzaron a desvanecerse, reemplazados por sensaciones puras, por el placer de cada toque.
«Relájate», le susurró él, apenas un murmullo que hizo eco en su mente. Y con esas palabras, Laura sintió cómo algo dentro de ella cedía. Cada vez que sus manos presionaban, ella se hundía más profundamente en un estado de rendición, incapaz de resistir lo que su cuerpo le suplicaba aceptar. Los movimientos de él eran deliberados, pero no apresurados, como si estuviera disfrutando de la forma en que ella, poco a poco, se entregaba.
El roce de las manos de él cambió de rumbo, bajando por su espalda hasta llegar a la parte baja, rozando con destreza los puntos más sensibles. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Laura. Quería resistirse, pero sus propios deseos la traicionaban. Sentía cómo él jugaba con su cuerpo, explorando lentamente, siempre en el borde entre el placer y la anticipación, manteniéndola suspendida en un estado de dulce frustración.
De pronto, sintió cómo él tomaba sus muñecas, el contacto firme pero respetuoso. No hubo palabras, solo el sonido sutil del cuero deslizándose cuando él ató sus muñecas a los extremos de la camilla. Laura cerró los ojos, sintiendo una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad. Sabía lo que esto significaba. Sabía que su capacidad de escapar había sido retirada de sus manos. Y, sin embargo, la sensación no era aterradora. Al contrario, le producía un tipo de emoción que no podía ignorar.
Los tobillos siguieron el mismo destino, atados con delicadeza, como si él quisiera asegurarse de que cada atadura fuera un acto de cuidado, no de violencia. Laura se sintió completamente expuesta, vulnerable y a la vez, extrañamente protegida por su toque firme.
A pesar de la sumisión implícita en sus ataduras, él no la apresuró. Sus manos volvieron a recorrer su cuerpo con la misma lentitud, subiendo por sus piernas, acariciando sus costados. Cada toque, cada movimiento, era una promesa de algo más. Laura sentía cómo su piel se encendía bajo sus dedos, su cuerpo respondiendo sin que ella pudiera evitarlo.
La vergüenza inicial había desaparecido por completo. Ahora, todo lo que quedaba era la necesidad creciente de complacer, de sentirse pequeña bajo sus manos, de entregarse al placer que él estaba creando. Intentó moverse, pero las ataduras la mantenían en su lugar, amplificando la sensación de rendición. Sus pensamientos se mezclaban, y aunque sabía que no debía, su mente no podía evitar desear más.
«Confía en mí», le susurró de nuevo, esta vez más cerca de su oído. La calidez de su aliento hizo que un escalofrío recorriera su columna vertebral. Y Laura, finalmente, se dejó ir por completo. Sabía que no había escapatoria, ni la quería. El control ya no era suyo, y por primera vez en mucho tiempo, eso la hacía sentirse libre.


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