Dana usa a Leo para su placer – Leo abrió la puerta

Escrito por medicalgloves El: 30 octubre 2025 , categoria Artículos, Visto 18 veces

Dana usa a Leo para su placer – 

Leo abrió la puerta del apartamento de Dana con el corazón latiendo con una mezcla de nerviosismo y anticipación. El aire olía a sándalo y algo más, algo que no podía identificar, pero que lo hizo sentir inmediatamente excitado. Cuando entró, Dana lo recibió con una sonrisa que era tanto cálida como dominante. Su mirada era penetrante, como si pudiera ver directamente a través de él, y su presencia llenó la habitación con una energía que lo hizo sentir pequeño y sumiso.

Ella estaba vestida exactamente como él había fantaseado: unas pantimedias negras que se ajustaban perfectamente a sus largas piernas, abiertas por la entrepierna, dejando al descubierto la piel suave y tentadora. Su vestido negro ceñido resaltaba sus curvas, y los tacones altos que calzaba le daban una estatura imponente. Dana no dijo una palabra, pero su sonrisa se ensanchó ligeramente, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.

Sin mediar palabra, Dana lo tomó de la mano y lo guió hacia el dormitorio. La luz tenue de la habitación resaltaba sus curvas, proyectando sombras que parecían bailar en las paredes. El ambiente era íntimo, casi sagrado, y Leo sintió que cada paso lo llevaba más profundamente hacia un territorio desconocido pero irresistiblemente atractivo.

Una vez en el dormitorio, Dana se detuvo y lo miró directamente a los ojos. Su voz fue firme, pero no dura, cuando le ordenó:
—Arrodíllate.
Leo no dudó. Se arrodilló frente a ella, sintiendo la alfombra suave bajo sus rodillas. Dana se colocó frente a él, sus piernas largas y tonificadas a pocos centímetros de su rostro.
—Adora mi cuerpo —le susurró, su voz cargada de autoridad.

Leo obedeció sin vacilar. Levantó la mano para tocar la suave piel de su muslo, pero Dana lo detuvo con un gesto.
—Con la boca —corrigió, su tono dejando claro que no aceptaría menos.
Él asintió, inclinándose hacia adelante para besar la piel cálida de su pierna. Sus labios se movieron lentamente, besando y lamiendo desde su rodilla hasta el borde de sus pantimedias. El aroma de su piel, una mezcla de perfume y algo intrínsecamente suyo, lo embriagó.

A medida que se acercaba a la entrepierna, Dana dejó escapar un suspiro suave, casi imperceptible, pero lo suficientemente claro para que Leo supiera que estaba en el camino correcto. Sus manos se deslizaron por sus muslos, acercándose cada vez más a la abertura de las pantimedias. Cuando sus labios rozaron el borde de la tela, Dana gimió suavemente, su cabeza inclinándose hacia atrás en un gesto de rendición controlada.

Leo continuó su exploración, sus labios y lengua trabajando en armonía para adorar cada centímetro de su piel. Sus manos se movieron con cuidado, acariciando sus muslos, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la superficie suave. Cuando finalmente llegó a la abertura de las pantimedias, Dana lo tomó del cabello, guiando su boca hacia su sexo húmedo.

—Más —susurró, su voz ronca de deseo.
Leo obedeció, su lengua explorando con más intensidad. Sus labios envolvieron su clítoris, y él lo succionó suavemente, sintiendo cómo su cuerpo respondía con un gemido más profundo. Sus manos se movieron hacia sus caderas, sosteniéndola mientras ella se presionaba contra su boca.

Dana comenzó a moverse ligeramente, guiando su boca con su propio ritmo. Sus pechos firmes y erectos se movían con cada movimiento, y Leo no pudo resistirse a alcanzar uno con la mano, masajeándolo suavemente mientras continuaba su trabajo oral. Ella gimió más fuerte, su cuerpo tensándose y relajándose en un ciclo de placer.

—Así —jadeó—, más rápido.
Leo aumentó la intensidad, su lengua moviéndose con más urgencia, sus labios trabajando en armonía con sus manos. Dana se aferró a su cabello, tirando suavemente mientras su cuerpo se arqueaba hacia adelante. Su respiración se volvió más rápida, y Leo supo que estaba cerca.

Con un gemido final, Dana se dejó caer hacia atrás, su cuerpo temblando mientras alcanzaba el clímax. Leo continuó lamiendo y besando, suavizando su toque mientras ella recuperaba el aliento. Cuando finalmente se sentó, su mirada era de satisfacción y dominio.

—Ahora —dijo, su voz firme pero suave—, es tu turno.
Se recostó en la cama, abriendo sus piernas para revelar su sexo húmedo y brillante por el aceite. La luz tenue resaltaba el brillo, y Leo sintió que su pene se endurecía aún más ante la visión.

—Acércate —ordenó, su voz un susurro seductor.
Leo se levantó y se acercó a la cama, su pene erecto apuntando hacia ella. Dana lo tomó de la mano, guiándolo hacia su rajita.
—Frótalo —susurró—, hazme sentirte.
Él obedeció, frotando su pene contra su sexo aceitoso, sintiendo el calor y la humedad a través de la fina capa de aceite. El roce era eléctrico, y ambos gimieron suavemente con cada movimiento.

—Despacio —murmuró Dana, su voz cargada de deseo—, no entres aún.
Leo obedeció, deslizándose lentamente sin penetrarla, sintiendo la tensión crecer en su cuerpo. El aceite hacía que cada roce fuera más intenso, y él podía sentir su propio corazón latiendo en sus oídos.

—Ahora —susurró Dana, su voz firme—, entra.
Leo no necesitó más invitación. Con un movimiento fluido, penetró su coño apretado, sintiendo cómo lo envolvía con calor y humedad. Dana gimió強く, sus uñas arañando su espalda mientras él comenzaba a moverse dentro de ella.

El ritmo era lento al principio, pero pronto se volvió más urgente. Dana se movía con él, sus cuerpos en perfecta sincronía. Sus gemidos llenaron la habitación, y Leo sintió que el placer lo consumía, cada movimiento llevándolo más cerca del borde.

Pero cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, Dana lo detuvo.
—No aún —susurró, su voz cargada de autoridad.
Lo empujó suavemente hacia atrás y, antes de que pudiera protestar, lo ató a la cama. Sus muñecas y tobillos quedaron inmovilizados, y Leo sintió una oleada de excitación al darse cuenta de que ahora estaba completamente a su merced.

Dana se levantó y se acercó a un cajón, sacando un par de guantes médicos y una bala vibradora. Se puso los guantes con movimientos lentos y deliberados, su mirada nunca abandonando la de Leo.
—Ahora —dijo, su voz suave pero firme—, es mi turno de jugar.

Se inclinó sobre él, sus pechos rozando su pecho mientras sus manos comenzaban a explorar. Sus dedos jugueteaban con su glande y frenillo, su toque ligero pero preciso. Leo gimió, su cuerpo tensándose con cada caricia.

—¿Te gusta eso? —susurró Dana, su aliento cálido en su oído.
Leo asintió, incapaz de hablar.
—Buen niño —murmuró, su voz cargada de aprobación.

Sus labios se movieron hacia abajo, su lengua trazando patrones en su abdomen antes de descender más. Cuando su boca envolvió su pene, Leo gimió, su cuerpo arqueándose contra las ataduras. Dana lo torturó con su lengua, moviéndose lentamente, su toque experto llevándolo al borde del orgasmo una y otra vez.

Pero cada vez que estaba a punto de alcanzar el clímax, ella se detenía, su sonrisa sádica iluminando su rostro.
—¿Cuánto más puedes aguantar, Leo? —susurró, acercando su rostro al suyo.
Leo suplicó, su voz ronca de deseo y frustración.
—Por favor —jadeó—, déjame terminar.

Dana rió suavemente, su mano moviéndose hacia la bala vibradora. La encendió y la introdujo en su uretra, mientras su otra mano masajeaba su próstata. El placer fue abrumador, y Leo gritó, su cuerpo temblando con cada pulsación.

—¿Quién está a cargo aquí? —susurró Dana, su voz firme.
—Tú —jadeó Leo, su voz quebrada.
—Eso es —murmuró, su sonrisa ensanchándose.

Dana continuó su tortura, llevándolo al borde una y otra vez, pero nunca permitiéndole el alivio del orgasmo. Leo lloró, su cuerpo tenso y sudoroso, mientras ella observaba sus reacciones con una sonrisa sádica.

—Mírame —ordenó, levantando su rostro para que la mirara.
Leo obedeció, sus ojos encontrándose con los suyos. Las pantimedias de Dana brillaban bajo la luz tenue, y él sintió una oleada de sumisión al verla allí, tan hermosa y dominante.

—¿Cuánto más puedes aguantar? —repitió, su voz suave pero firme.
Leo no pudo responder, su cuerpo temblando con la intensidad del placer y la frustración. Dana se inclinó sobre él, su aliento cálido en su oído.
—Eso —susurró—, es lo que quiero ver.

La imagen final fue su rostro entre lágrimas, suplicante, mientras ella se inclinaba sobre él, sus pantimedias brillando bajo la luz, dejando el destino de Leo en sus manos dominantes. Y en ese momento, él supo que no importaba cuánto suplicara, su orgasmo, su liberación, estaba completamente bajo su control.



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