EL UMBRAL INVISIBLEA veces me pregunto cuántas versiones de mí misma
Escrito por Arquitectodesecretos El: 30 julio 2025 , categoria Artículos, Visto 26 veces
EL UMBRAL INVISIBLE
A veces me pregunto cuántas versiones de mí misma dejo en los lugares que transito sin ser vista.
No hablo de las redes, ni de los espacios donde la piel se convierte en símbolo. Hablo del mundo real. De los pasillos fríos del trabajo, del café que compro cada mañana en silencio, del gesto que repito frente al espejo como si fuera un rito privado, un recordatorio: “Estoy aquí, y esta piel es un umbral.”
Afuera soy funcional. Cordial. Precisa. Tengo el control de todo lo que se espera que controle. Sonrío cuando toca, escucho más de lo que hablo, y nadie sospecha que bajo esa apariencia hay un fuego contenido, una ansiedad sutil que late con la cadencia de un pacto secreto.
Porque mi entrega no es un abandono vulgar ni un tropiezo ciego. Es un acto meditado, una danza donde el poder y la sumisión se entrelazan como un lazo invisible. Entrego mi cuerpo solo a quien puede leer mi alma, a quien sabe que rendirse no es ceder, sino elegir la rendición como una forma de trascendencia.
Siento cómo se acelera mi pulso con solo imaginar esa mirada que no busca poseerme, sino interpretarme. La tensión invisible que nace del roce de una voz firme, de un gesto medido, de la promesa sin palabras de una espera que enciende más que cualquier contacto.
Y entonces, sin querer, ajusto las piernas en la silla. Como si la expectativa ya habitara entre mis músculos.
Por eso aprendí a construir mi fortaleza en secreto. A elegir mis grietas. A ocultar mis abismos tras una sonrisa leve y unos labios rojos. No como máscara, sino como código. Porque quien quiera llegar, deberá descifrar el lenguaje del silencio que guardo entre mis dedos.
No sé en qué momento empecé a escribir para no ahogarme. O a jugar con la idea de ser paciente en un consultorio imaginario, donde alguien pudiera tocar mis preguntas sin anestesia, donde pudiera entregarme sin perder la reverencia. Donde el ritual no fuera solo un juego, sino un acto sagrado de confianza.
A veces cierro los ojos y lo imagino.
Un despacho. Una camilla. Su voz. El leve sonido de una pluma escribiendo no solo palabras, sino promesas veladas.
No quiero alivio. Quiero que alguien me escuche arder sin intentar apagarme. Que anote, con una pluma, cada centímetro de mi insomnio.
Y entonces, solo entonces, empiezo a soltarme.
No sé si esta historia comienza en el mundo real o en mi mente.
Pero sé que, donde sea que empiece, hay un hombre que me mira como si supiera que no vine a curarme…
sino a rendirme con la elegancia de quien conoce el valor de cada suspiro.
Y sin embargo, cada mañana, todo comienza igual.
Hoy me desperté con el peso del cansancio pegado a las costillas, esa fatiga que no se quita con café ni con excusas. El mundo me reclamaba: correos, demandas, sonrisas impostadas. Nada de eso dolía, pero todo dejaba marca. A veces siento que la vida me usa con suavidad quirúrgica. Precisa. Sin sangre, pero con incisión.
Al salir de la ducha, me quedé un segundo frente al espejo. No me vi hermosa. Ni fuerte. Me vi completa, aunque cansada. Vi las líneas que el tiempo ha dejado en mis ojos y las batallas ganadas que nadie celebra. Me ajusté el vestido como quien termina de componer un altar antes del rito. Afuera, todo debe parecer bajo control.
Pero yo sé lo que me arde por dentro.
Y sé dónde va ese fuego cuando nadie me ve.
Hace tiempo encontré un rincón digital donde mi deseo no tiene que disfrazarse de chiste ni de provocación barata. Una comunidad BDSM donde las palabras no son sólo palabras. Donde los gestos mentales tienen más poder que cualquier contacto. Allí habito otro tipo de vínculo: invisible, pero real.
Y en ese rincón —desde hace semanas— hablo con alguien.
Nick: Arquitectodesecretos.
Su presencia no es imponente. Es exacta. Es una caricia que no toca, un umbral que uno cruza con el alma antes que con los pasos.
No me interesa un dominante que se imponga. Me interesa uno que se sostenga.
Que no tema mirarme cuando ya he dejado todas mis capas en el suelo. Que sepa que mi sumisión es elección estética, no necesidad emocional. Que me permita desear mi rendición, no deberla.
Él parece entenderlo. No lo dice. Lo demuestra.
No me escribe a todas horas. No busca mi atención. Pero cuando aparece, algo en mí se tensa, como si un lazo invisible se apretara justo en la base del pensamiento.
Sus frases no son dulces. Son quirúrgicas. Como esta:
“No busco que te rindas a mí, Cristina. Solo que reconozcas que ya lo hiciste… cuando empezaste a cuidarte más cada vez que sabías que yo podía estar leyendo.”
Esa frase me atravesó. No por lo que decía, sino por lo que sabía. Otra noche, le dije sin pensarlo:
—A veces me gustaría que alguien me ordenara cerrar los ojos justo cuando empiezo a pensar demasiado.
Y él respondió:
Yo prefiero ordenarte pensar… cuando todo en tu cuerpo pida rendirse.”
No sé qué me hizo más efecto: la frase o el silencio que vino después.
Sentí una presión entre mis pensamientos. Como si sus palabras se hubieran deslizado entre mis muslos y hubieran quedado allí, latentes, esperando su próxima orden.
Desde entonces, cada conversación me deja con una mezcla adictiva de calma e inquietud. Como si estuviera caminando sobre una cuerda invisible, sabiendo que el vértigo también es una forma de placer.
A veces me descubro deseando que sus palabras no terminen en puntos suspensivos, sino en una orden suave. Una de esas que me deje temblando sin necesidad de tocarme.
Y otras veces, como anoche, lo provoco con mis silencios. Él me escribió:
—¿Qué necesitas esta noche, Cristina?
Y yo respondí con la delicadeza de quien lanza un veneno perfumado:
—A veces me basta con una mirada sostenida donde no tenga que huir. Un lugar donde alguien no tema quedarse demasiado tiempo leyendo lo que otros solo hojean.
Tardó. Lo imaginé afilando su respuesta con esa precisión que lo define.
—No prometo sostenerte. Pero puedo quedarme mientras decides si me dejas entrar a la sala donde escondes tu sombra.
Lo imaginé entonces, de pie en la penumbra de esa sala. No invadiéndome. Solo estando. Viéndome.
Así que le escribí, sin desafío, sin sumisión explícita. Solo con la complicidad de quien conoce el valor del roce mental:
—Y si no entro yo antes en la tuya… sin tocarte, solo rozándote el pensamiento.
Y ahí lo sentí. El calor bajo el ombligo.
No por lo que dijo. Sino por todo lo que no dijo.
—Te advertí: en mi mente no hay barandillas. Si entras, es bajo tu riesgo.
Cerré el chat. No me toqué. No quise romper el hechizo. Sabía que si lo hacía, ya no serían sus palabras las que me estremecieran, sino mi urgencia.
Y aún no quiero saciarla. Quiero seguir deseando pensar en él.
Preferí dormir con el cuerpo tenso y la mente encendida, como quien guarda una orden en la garganta, esperando que mañana llegue…y la convierta en acto.
Los martes no tienen nombre. No son lo suficientemente grises para ser lunes, ni lo bastante agitados para ser miércoles. Son días de trámite. Como casi todo últimamente.
Paso la tarjeta. Saludo. Entro.
El escáner hace ese zumbido robótico mientras digitalizo cartas oficiales que nadie leerá. Coordino actos, reviso correos que nunca terminan, me aseguro de que todo esté donde debe estar… aunque nada, en realidad, me mueva.
Mi escritorio tiene dos cactus. Uno está seco y no me atrevo a tirarlo. El otro sobrevive porque no necesita cuidados.
A veces creo que son la mejor metáfora de cómo me relaciono últimamente.
No me desagrada lo que hago.
Solo hay días —como hoy— en los que todo se vuelve automático, como si yo misma fuera una firma digital repetida en un documento PDF.
Y es entonces cuando me acuerdo de él.
«Arquitectodesecretos».
Ese hombre sin rostro al que permití entrar a mi mente sin tocarla. Y que ahora vive ahí, como una pausa prolongada que ningún otro ha sabido habitar sin romper el silencio.
Últimamente no hablamos cada noche.
Pero cuando lo hacemos, me deja ecos.
Frases que no cierran, puntos suspensivos que me acompañan como un roce detrás de la oreja.
Hoy, a las 13:27, cuando bajé a fumar un cigarro que no encendí —como tantas veces— me senté en el banco de cemento del patio trasero.
Ahí, donde los trabajadores de todos los departamentos coinciden para no hablarse.
Escuchaba el ruido de los carritos de limpieza, la risa idiota de dos administrativos que coqueteaban sin convicción.
Y justo en ese instante de derrota tan común… vibró mi móvil.
[📨 NUEVO CORREO ENTRANTE]
Remitente: pau.esteve@catsalut.consultes.org
Asunto: Confirmació de cita. Expedient Cristina Pando | Derivació emocional personalitzada
Benvolguda Cristina,
A través del programa especial de Derivació Emocional Personalitzada del Servei Català de Salut, li comuniquem que s’ha generat una cita de validació per part del professional assignat al seu cas:
Data: Dimecres, 10 d’abril
Hora: 19:30h
Ubicació: Hotel NH Collection Barcelona – Habitació 212
Professional assignat: Dr. Pau Esteve
Per validar la cita, cal respondre directament aquest correu confirmant la seva assistència.
Un cop confirmada, rebrà el qüestionari previ de diagnòstic emocional. Aquest formulari és confidencial i servirà per afinar la seva atenció personalitzada.
Aquesta derivació és part d’un protocol exclusiu per a pacients amb perfils no convencionals.
Es recomana puntualitat i absoluta discreció.
Atentament,
Servei Català de Salut – Unitat d’Exploració Subtíl
Mi dedo tembló ligeramente. No de sorpresa, sino de reconocimiento.
“Perfil no convencional”.
Qué forma más quirúrgica de decir tú no encajas, pero nos interesas igual.
Él sabía exactamente cómo escribirlo.
Cada frase era una invitación cifrada.
Y esa habitación 212… ¿cómo no ver el símbolo? El número repetido como un eco, con ese uno entre los doses, rompiendo el equilibrio.
Me mordí el labio inferior sin pensarlo.
No fue un gesto coqueto. Fue como si algo dentro de mí reaccionara ante la idea de ser llamada… no por mi nombre real, sino por mi deseo.
Pero no respondí enseguida.
Minimicé la ventana. Fingí trabajar. Redacté dos frases sin alma, corregí un titular de un dossier que ya nadie iba a leer y luego abrí el navegador como quien se asoma al borde de un sueño.
Entre en mi red social de BDSM. El foro. Mi zona liminal.
Busqué su perfil como quien entra en una iglesia sin saber si aún cree.
Arquitectodesecretos. Sin publicaciones nuevas. Pero allí estaban sus huellas. Comentarios en hilos antiguos, precisos, como piezas de ajedrez abandonadas a mitad de una partida que no se ha olvidado.
Uno en particular. Una frase que me atravesó:
“No te prometo tocarte, pero sí que te sientas recorrida.”
Cerré los ojos. Lo escuché con su voz imaginada, lenta, sin urgencia.
Y sentí algo bajo la piel, como si mis costillas se expandieran por dentro.
Guardé el móvil. Fui al café de la esquina.
Mientras esperaba, apoyé las manos sobre la madera tibia de la barra. Al rozar la taza caliente, no pensé en el calor del líquido, sino en sus dedos. No sobre mi cuerpo, sino sobre una hoja. Mi nombre impreso. Su mirada detenida en mí como un examen sin prisa.
«Así debe ser observado un deseo. No se toca, se sostiene.»
Vi mi reflejo en la ventana, junto a otros reflejos anónimos. Y por un instante me pareció que no estaba sola. Como si el juego ya hubiera empezado… desde que abrí ese correo.
Ya en casa, la imagen de la habitación 212 volvió a mí. Pasillo blanco. Silencio. Expectativa.
Y ese “cuestionario de diagnóstico emocional” que me esperaba al otro lado del clic. Me pregunté cómo sería. ¿Frío y clínico, disfrazado de Excel? ¿Poético? ¿Personal?
No sé por qué, pero lo imaginé como una especie de oráculo perverso, hecho de preguntas que me obligarían a contestar cosas que no sabía que pensaba. Y no pude evitar una sonrisa torcida. Porque, aunque me asustaba… eso era, precisamente, lo que quería. Me senté frente al portátil. No lo hice por él. Lo hice por mí.
Porque no podía seguir fingiendo que esto no era exactamente lo que había estado necesitando. Y entonces escribí.
Asunto: Validación de cita – Expediente Cristina Pando
Buenas noches, Doctor Esteve:
Confirmo mi asistencia a la cita indicada.
Asumo, en calidad de paciente, que hay zonas de mí que requieren una exploración más delicada que la que el día a día permite.
Y confieso —con el pudor de quien observa el umbral sin cruzarlo— que necesito experimentar el tipo de diagnóstico que usted propone.
Me comprometo a mantenerme receptiva, precisa y disponible.
Si la espera forma parte del tratamiento, estoy dispuesta a habitarla como se habita una promesa tácita.
Admito que tengo cierta… curiosidad por ese cuestionario de diagnóstico emocional.
No tanto por las respuestas, sino por las preguntas. Las que incomodan. Las que tocan sin tocar. Las que abren puertas que ni una misma sabe que están cerradas.
Si ese formulario es una antesala, lo recibiré como tal, como un umbral que no se cruza sin cuidado, pero que se desea desde el momento en que se intuye su existencia.
Estaré a la hora acordada. Llevaré el cuerpo, sí. Pero sobre todo, llegaré con la mente abierta. Y quizás —si usted lo considera pertinente—, le permitiré llegar un poco más adentro.
Atentamente,
Cristina Pando
CONTINUARA…. Si alguien me lo dice al chat, no leo los comentarios.
Bdsm Barcelona no se hace responsable de la opinion vertida en este artículo. Cada autor es el responsable exclusivo de las opiniones vertidas en sus articulos
Para poner un comentario , tienes que registrarte