Ella respiraba profundamente, sintiendo el calor que emanaba de su propio

Escrito por Cautivadoporti El: 8 octubre 2024 , categoria Artículos, Visto 81 veces

Ella respiraba profundamente, sintiendo el calor que emanaba de su propio cuerpo. Estaba sola en la oscuridad de su habitación, pero en su mente, él estaba allí, observándola con una calma que la desconcertaba. La figura del hombre misterioso era cada vez más nítida. No era una fantasía vaga, era una presencia firme, una sombra que iba ganando forma en los rincones más profundos de su deseo.
«No debería estar pensando en esto,» se repetía, con un eco de culpa que luchaba por tomar el control. «Soy una mujer casada, mi vida está completa, soy feliz.» Pero esas palabras sonaban huecas, como si intentaran negar lo que su cuerpo ya sabía. El control, la compostura que siempre la habían definido, se desmoronaban. No podía evitarlo. La imagen de él, con sus ojos penetrantes y su sonrisa apenas esbozada, la arrastraba hacia un abismo del que no sabía si quería escapar.
Lo imaginaba de pie frente a ella, tan cerca que podía sentir su respiración. No había prisa en sus movimientos. En su fantasía, él mantenía una distancia calculada, como un depredador que sabe que su presa ya ha caído, que la espera es solo parte del juego. El calor que ella sentía en su piel se intensificaba al imaginar cómo él sostenía el collar de cuero en sus manos, tan cerca de su cuello que podía sentir su presencia antes de que lo colocara sobre su piel.
El cuero del collar era suave pero firme, ajustándose con una precisión que la sorprendió. A medida que el material rodeaba su cuello, sintió una mezcla de emociones que la golpeó de forma inesperada. No era simplemente la presión física del collar, sino lo que representaba: una rendición total. El cuero, con su olor característico, se sentía cálido, casi reconfortante, pero la cadena metálica que pendía del collar añadía una tensión diferente, fría y decidida, como si estuviera al borde de perderse en ese mundo que tanto temía, pero al mismo tiempo, anhelaba.
«¿Por qué esto me excita tanto?», pensaba, mientras sus pensamientos trataban de entender lo que su cuerpo ya aceptaba. Ese símbolo alrededor de su cuello la hacía sentir indefensa, pero también liberada. «Ya no soy la que decide,» se repetía una y otra vez, sintiendo un alivio inesperado en esa idea.
La lucha interna seguía presente. «Esto está mal,» pensaba, «tengo un esposo que me ama.» Pero la otra parte de ella, más visceral, susurraba: «Esto no se trata de amor. Se trata de ti, de lo que realmente deseas.»
Y lo que deseaba era más que una fantasía. En su mente, podía sentir el peso de su mirada, cómo él la dominaba sin siquiera tocarla del todo. Entonces, como si él escuchara sus pensamientos, habló con esa voz profunda que siempre la hacía estremecer:
— «Quítate la ropa.»
El impacto de esas palabras resonó en su interior como un trueno. Sus manos temblaban al pensar en obedecer, en dejar caer las barreras que la mantenían a salvo. «¿Realmente puedo hacer esto?» La duda era agónica, pero el deseo era más fuerte. En su fantasía, ella se levantaba lentamente, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Con cada prenda que caía al suelo, sentía como si algo en su interior se desprendiera, como si cada capa de ropa la acercara más a ese lugar de vulnerabilidad absoluta.
Se imaginaba de pie frente a él, desnuda, expuesta, con el pecho subiendo y bajando de manera errática. Él no decía nada, pero su mirada era suficiente. La estudiaba, la analizaba, no como alguien que la juzga, sino como quien disfruta de la entrega total que ella estaba ofreciendo. Cada segundo que pasaba en esa fantasía era una mezcla de vergüenza y placer. Vergüenza por lo que estaba haciendo, por traicionar todo lo que creía correcto. Placer, porque nunca se había sentido tan viva, tan conectada con esa parte de sí misma que siempre había reprimido.
Entonces, sin previo aviso, él sacaba una venda de seda oscura y, con un movimiento suave, la colocaba sobre sus ojos. Todo se oscureció en un instante. La falta de visión la desorientaba, pero también la excitaba. No poder verlo hacía que cada sensación en su piel se intensificara, como si sus otros sentidos tomaran el control. «¿Qué va a hacer ahora?» pensaba, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. El desconocimiento de lo que vendría a continuación la hacía más vulnerable, y en esa vulnerabilidad, el deseo crecía de manera incontrolable.
«Esto no es real,» se decía, intentando aferrarse a la cordura. «Solo es una fantasía. No estoy traicionando a nadie.» Pero esa voz racional era cada vez más débil. En su mente, ya estaba completamente entregada. Y lo peor —o lo mejor— era que, en el fondo, quería más. Quería que él la tomara, que fuera él quien tuviera el control total sobre su placer, sobre su cuerpo.
— «Eres mía,» imaginaba que él le susurraba al oído, su voz baja y controlada, mientras el cuero alrededor de su cuello parecía apretar ligeramente con la cadena, marcando su sumisión con un gesto firme. «No quiero que pienses, solo siente.»
El eco de esas palabras resonaba en su mente, y con ellas, su resistencia se desmoronaba. La batalla entre lo correcto y lo deseado llegaba a su fin. En la oscuridad de la venda, en el peso del collar, solo quedaba el placer de rendirse.
Ella no sabía si alguna vez cruzaría esa línea en la realidad. Pero en su mente, en la oscuridad de su habitación, ya lo había hecho. Y en esa entrega, en esa sumisión total, había encontrado algo que jamás habría imaginado: el poder de dejarse llevar.
P.D. No sé si es aquí donde se escriben estos «relatos» si no es así avisarme y los muevo a otro sitio. Por mensaje que los comentarios no funcionan.
Saludos.


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